Las vacaciones son la ilusión de los que no tienen tiempo para nada. Tan ficticio como decir que, cuando ya no se vaya a trabajar, empezará a leer el libro que por meses ha estado en la mesa de noche; que concluirá de escribir la antología de cuentos, retomará las clases de yoga o iniciará con el entrenamiento del gimnasio, o que por fin verá la serie recomendada por una buena amiga.
Cuando se labora bajo un esquema de horarios estructurados, se ve el calendario e identifica los puentes, asuetos y vacaciones para planear con mucha anticipación lo que no puede hacer en ese momento si tuviera la oportunidad. Como visitar a algún conocido que reside convenientemente en un lugar idílico, o tomar el crucero y el tour que se debe hacer alguna vez en la vida. Esos viajes requieren tiempo de organización, ahorros, investigaciones y, cuando por fin suceden, pasan tan rápido e, irónicamente, a veces en días no feriados, porque el paquete estaba a precio competitivo en temporada baja, o bien, porque la empresa emitió el comunicado de ni pensar pedir permisos cerca de periodos de descanso, o porque de plano se vio mal el calendario y uno malinterpretó la simbología.
La realidad es que en días libres uno termina por levantarse a la misma hora, a veces asustado porque no sonó la alarma; luego se toma el café más despacio, pero la cocina se arregla, la ropa se lava, el jardín se poda, el mandado debe comprarse como cada semana o más -porque qué se hace sin los horarios habituales sino comer-, y los mensajes que llegan se atienden, porque no falta quien piensa que es válido adelantar los pendientes, ya que nunca hay suficiente tiempo.
La fantasía más grande de todas es creer que uno replanteará su vida en las vacaciones. Hará el análisis casi casi FODA, el examen de conciencia que no se hizo durante toda la educación religiosa y los insights psicoanalíticos más potentes, donde descubrirá de dónde viene, dónde está y hacia dónde debe ir con lo que tiene y potencialmente podría ser o tener. Es un oasis imaginar que el descanso permitirá tal epifanía y cambio de vida. Normalmente, el giro de timón viene cuando uno está enfermo, suena el teléfono y se escucha la propuesta laboral a la que no recordaba haberse postulado; o cuando uno se encuentra intercambiando perspectivas sobre la vida con alguien en un café a la una de la tarde, en algún hueco de la jornada, y entre sorbos al espresso muy caliente, viene una buena idea.
Para nada sucede que el primer día de vacaciones uno se levante para ambientar el espacio personal y se siente a pensar por minutos u horas, las actividades que llevarán definitivamente a la autorrealización, a la trascendencia o a la astuta estrategia de negocio que necesita el mercado. De hecho, se sabe que los ricos y los jubilados piensan el tiempo de otra manera, poco les interesa llevar una agenda meticulosa o estar al tanto de las efemérides. Tienen otro tipo de problemas sin duda, pero no el de fantasear con lo que sería de su existencia en las festividades. Esto es propio de la clase trabajadora, en particular, de los asalariados de lunes a viernes, a veces sábados.
Debe ser esta la gente con más ensoñaciones, inconscientes de que poseen una corteza prefrontal más estimulada por tanta visualización mental y generación de narrativas internas. Aquí se difiere parcialmente con Federico Fabregat al afirmar que “la clase media es un limbo social. Sufre de parálisis y es una máquina de deseos y frustraciones”. Es decir, muy a favor del limbo social y de la producción en serie continua de sueños y desilusiones, pero si de algo carece el clasemediero imaginativo, es de tullimiento.
Precisamente porque no hace nada de lo que pensó en su tiempo libre, se ve envuelto en nuevas ocupaciones, en dinámicas que bien podrían ser presumidas por equipararse al modelo militar VUCA, donde uno aprende a desenvolverse en la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad. Es incuestionable que uno debe adaptarse a lo inesperado que traerá el día libre, a lo que no se soñaba y puede aparecer de repente, como la descompostura del refrigerador, la angustia si habrá aún técnicos honrados de electrodomésticos; la complicada y súbita enfermedad del perro, o las señales de confusión alta en el audio que te manda la persona que te parece interesante.
Tal vez lo mejor sea no fantasear qué se hará en vacaciones. Y, por alguna suerte, planeación de otros o espontaneidad propia, los escenarios reales y modestos de lo cotidiano, podrían convertirse en una espléndida pausa para estimular otras zonas cerebrales.
Jazmín Velasco Casas
Docente, UNIVA Online
“Las vacaciones son la ilusión de los que no tienen tiempo para nada. Tan ficticio como decir que, cuando ya no se vaya a trabajar, empezará a leer el libro que por meses ha estado en la mesa de noche; que concluirá de escribir la antología de cuentos, retomará las clases de yoga o iniciará con el entrenamiento del gimnasio”.